Ese era el grito de guerra que detenía el partido cuando una viejecita cruzaba la plaza de los Escolapios, camino de la iglesia de la Trinidad, entre un enjambre de niños asilvestrados que perseguían una pelota. Alguna vez, el grito llegaba tarde y la señora recibía un pelotazo bastante considerable, así que disolvía el encuentro amenzando con recurrir a la fuerza pública, a nuestros progenitores o a los padres escolapios, que estaban más a mano.
Ese rincón de la plaza era la portería a la que yo chuté durante doce años (hasta los dieciseis) y recientemente, que pasee esas mismas calles después de muchos años, me sorprendí al comprobar que, cincuenta años después, sigue siendo escenario de los mismos juegos. Ahora con la incorporación de niñas que, hay que decirlo, dominaban el balón bastante mejor que sus hermanos y amigos.
Ese rincón de la plaza era la portería a la que yo chuté durante doce años (hasta los dieciseis) y recientemente, que pasee esas mismas calles después de muchos años, me sorprendí al comprobar que, cincuenta años después, sigue siendo escenario de los mismos juegos. Ahora con la incorporación de niñas que, hay que decirlo, dominaban el balón bastante mejor que sus hermanos y amigos.
Fernando, ahora nos comienza a pasar a nosotros. ¿ No te han parado nunca un partido a tu paso al grito de "pareu, que passa un agüelo"?
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