viernes, 6 de mayo de 2011

Un disidente

Mientras sus compañeros del post anterior jugaban a futbol, este se dedicada a la reflexión, cómodamente tumbado a la puerta de la iglesia. Desde la terraza de un bar, al otro lado de la plaza, su madre se desgañitaba preocupada por la limpieza de la ropa. El efecto, como puede observarse, fue nulo.

¡Pareu, que passa una agüela!


Ese era el grito de guerra que detenía el partido cuando una viejecita cruzaba la plaza de los Escolapios, camino de la iglesia de la Trinidad, entre un enjambre de niños asilvestrados que perseguían una pelota. Alguna vez, el grito llegaba tarde y la señora recibía un pelotazo bastante considerable, así que disolvía el encuentro amenzando con recurrir a la fuerza pública, a nuestros progenitores o a los padres escolapios, que estaban más a mano.

Ese rincón de la plaza era la portería a la que yo chuté durante doce años (hasta los dieciseis) y recientemente, que pasee esas mismas calles después de muchos años, me sorprendí al comprobar que, cincuenta años después, sigue siendo escenario de los mismos juegos. Ahora con la incorporación de niñas que, hay que decirlo, dominaban el balón bastante mejor que sus hermanos y amigos.