domingo, 1 de marzo de 2009

Miroslaw Tichý

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Subo este texto sobre Tichý un poco perplejo ante lo que nos cuentan los teóricos. Un hombre que construye sus propias máquinas con materiales de desecho y que realiza esas fotografías desvaidas, sin foco y, digámoslo sin tapujos, sin ninguna calidad.

Ha sido “recuperado” por los santones de la crítica y del comercio de la fotografía mundial. Pues bueno. Me puede interesar su experiencia vital, pero no me interesa su obra. ¡Que le voy a hacer!


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De "El País", sábado 28 de febrero de 2009

Vive rodeado de desechos, de muebles rotos, cacharros y caos, entre libros, papeles, fotos y lienzos tirados por el suelo, entre la mugre y la miseria. Miroslav Tichý (Moravia, 1926) decidió automarginarse en los años sesenta y el tiempo no ha logrado más que radicalizar su posición. Lo ha hecho pacíficamente, sin alardes ni rabia. Del mismo modo en que fue tomando fotos de la gente -sobre todo mujeres- de Kyjov, su ciudad, con cámaras hechas a mano, deliberadamente pobres, como él. Casi nada es casual en el aparente descuido o dejadez de este hombre y su entorno. Tichý es un nuevo Diógenes, …() Hace unos años fue "descubierto" por el pope del arte contemporáneo Harald Szeemann, que organizó su primera muestra internacional en Sevilla, durante la Bienal de Artes de esa ciudad, en 2004. El año pasado, el Centro Pompidou de París le dedicó una retrospectiva. Estos días coinciden dos exposiciones de su trabajo en Madrid y Palma de Mallorca.

Ante la omnipresencia de la fotografía digital, Miroslav Tichý representa el camino opuesto. Imágenes borrosas, rayadas o subexpuestas, impresas sobre papeles rasgados a mano, enmarcados a veces por cartones coloreados. Un universo poético, sensual, misterioso, manual. Y no por ello resulta primitivo. "Si quieres ser famoso tienes que hacer algo y hacerlo peor que cualquier persona del mundo entero", afirma Tichý. Cínico. Filósofo. (…)

Perseguido constantemente por la policía comunista, Tichý pasó más de tres décadas entrando y saliendo de prisiones y psiquiátricos. Tímido e introvertido, estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de Praga durante la posguerra, cuando el nuevo régimen dictatorial cambió las modelos para dibujo del natural por obreros con mono. Le pareció intolerable. Unido a un grupo de artistas rebeldes a la estética oficial durante un tiempo, terminó por dejar de lado la pintura por la fotografía. Fue entonces cuando recuperó a sus añoradas modelos: mujeres tomando el sol, sentadas en el parque, caminando por la calle. Casi no hay hombres en esa Kyjov ideal, habitada sólo por sus musas. El paraíso de un voyeur. De un refinado cazador de belleza. Aunque el ascetismo de Tichý no cede un ápice. "Placer es una palabra que rechazo absolutamente. ¿Cómo podría un escéptico como yo sentir placer? Descarto sentimientos tan efímeros como el placer".

Los niños se asustaban de sus ropas raídas, su barba asilvestrada. Pero ni ellos ni las mujeres perseguidas desde lejos pensaban que hiciera fotos de verdad, sino que sólo fingía con esas cámaras estrafalarias. Pero todas funcionaban porque Tichý quería demostrar que era capaz de valerse por sí solo. "Las imperfecciones forman parte de cada foto. Son su poesía y lo que le otorga cualidades pictóricas. Para eso necesitas una mala cámara", opina.

Salía de casa al amanecer y tiró unas cien fotos diarias, durante años. "Nunca he hecho otra cosa que dejar pasar el tiempo", afirma en el documental que se exhibe en la galería madrileña. "Soy sólo un observador de personas, pero uno muy bueno". Respecto al erotismo en sus imágenes, le resta importancia. "Son sólo sueños, fantasías. Cuando hago fotos no pienso en nada". "¿Qué es arte? El arte es sólo una idea", dice citando a Schopenhauer, y en otro momento a Platón y su caverna de sombras. No es un idiot savant, ni el suyo es un arte de enajenados como el art brut. Sólo es capaz de crear en estados de lucidez y sabe lo que hace al pisotear las fotos o dejarlas expuestas al mal tiempo, para recuperarlas después y enmarcarlas a su manera. Recluido en su exilio interior, no quiso saber nada de exposiciones en más de treinta años. Ha ido reduciendo su existencia a lo más esencial para la supervivencia. Y, sin embargo, como dijo Szeemann, "la intensidad siempre encuentra su camino".